Rodolfo Costa Rica en el siglo 19

Costa Rica al nacimiento de Rodolfo
William Walker y la campaña nacional
William Walker

Nació Costa Rica, la provincia más pobre de la región centroamericana y la más alejada de Guatemala, capital del reino, a la vida independiente casi en forma imperceptible y de hecho, de eso debemos estar seguros, sin que la mayoría de sus escasos 70 mil habitantes se dieran cuenta del cambio. Necesitaba el incipiente país, una campaña que nos definiera como nacionalidad y esa oportunidad nos cayó del cielo cuando, en 1855, al atorrante de William Walker, médico, abogado, político, periodista y denominado el último filibustero, se le ocurrió, al frente de su banda de «Inmortales»,  la insensatez de ingresar a Nicaragua para participar en el derrocamiento del presidente Fruto Chamorro Pérez, por cierto, pariente nuestro. Fruto Chamorro es considerado el primer presidente de Nicaragua aunque la mayor parte de su poder lo delegó desde temprana etapa de su mandato iniciado en 1854 en José María Estrada, Diputado Presidente de la Asamblea Constituyente del Estado. Al ingreso de Walker ya Nicaragua se encontraba en guerra civil y fueron precisamente los oponentes al gobierno, los que vieron la oportunidad de incorporar la fuerza militar de Los Inmortales para asegurar su triunfo.

Walker, menospreciando el espíritu y la valentía de estos pueblos centroamericanos,  pensó que podría sojuzgarlos y convertirlos en un camino de paso para las ambiciones de los estados confederados del sur de los Estados Unidos  en su afán por preservar su estilo de vida ya en franca decadencia por el enfrentamiento con los estados del norte que los llevaría, unos años después, a la guerra de secesión, pero también en concordancia con los intereses comerciales de los estados del norte y su pujante producción industrial la cual precisaban de llevar a California, en medio de la fiebre del oro y sobrepasar las enormes dificultades y peligros que conllevaban los medios terrestres de transporte a lo ancho de los Estados Unidos por caminos o fragmentos de ferrocarril llenos de obstáculos y peligros.

William Walker era oriundo de Tennessee, Estados Unidos en donde nació en el año 1824. Se le consideraba un «niño genio» ya que a la edad de 14 años se graduó cum laude como médico en la universidad de Tennessee y poco después terminó también la carrera de abogado y ya a los 21 años, licenciado en ambas carreras y había incursionado en el campo del periodismo. En el año 1850 inició sus actividades como filibustero al invadir Cuba con un grupo liderado por un venezolano Narciso López, con la idea de anexar la isla, en ese tiempo dominio español, a los Estados Unidos como un nuevo estado. Luego del fracaso de esta expedición Walker intentó por su cuenta la invasión de Baja California y Sonora en México conquistando ambos estados y auto nombrándose presidente.

Los triunfos del filibustero tuvieron mucha difusión en Estados Unidos y le ganaron una banda de adeptos incondicionales y dispuestos a seguirlo a cualquier nueva aventura. En 1854 el gobierno mexicano logró derrotar a la banda de casi 400 filibusteros que tuvieron que huir hacia el norte siendo Walker juzgado en San Francisco por violación del principio de neutralidad que inspiraba la política norteamericana pero exonerado casi inmediatamente.

Después de esto y menos de un año después William Walker estaba dispuesto de nuevo a entrar en acción y esta vez puso sus metas en Nicaragua que era en ese tiempo y bastante antes de la existencia del canal de Panamá, una de las rutas predilectas para mover mercancías entre las costas oriental y occidental de los Estados Unidos.

Los Estados Confederados de América, también llamados La Confederación de Estados del Sur, fue un intento de país formado por los once estados sureños que se separaron de los Estados Unidos de América entre 1861 y 1865, pero tal controversia ya se veía venir desde inicios de la década de 1840.  Su existencia nunca fue reconocida como país, con excepción del papa Pio noveno y el gobierno del Rey de Inglaterra, que vio una posibilidad de recuperar su influencia y vender armas a la «recién nacida nación norteamericana».

Los Estados Unidos de América apenas llevaban “unidos” poco más de ochenta años y difícilmente conformaban una nacionalidad sino un conjunto de territorios donde se fraguaban dos sociedades, cada una con modelos sociales, políticos y económicos distintos. En 4 décadas había visto multiplicarse varias veces su territorio con la compra de Luisiana a Francia, Florida a España, la anexión de Texas y la posterior guerra con México que le aportó un incremento del territorio en el sur y, poco después se aumentaría con la compra de Alaska y su millón y medio de kilómetros cuadrados a los zares de Rusia.

Es así como en el espacio de una generación, había nacido un enorme pero aún vació imperio, y conforme se expandía el país, también fue adquiriendo mayores proporciones el problema de impedir que las fricciones y conflictos internos lo fraccionaran. Quizás al igual que Costa Rica, Estados Unidos necesitaba también una cruenta guerra para definirse como nación.

El ambiente político en el década de 1850 a 1860, cuando ocurrió la invasión filibustera en Centro América, había quedado moldeado por el interés del sur en sus plantaciones y en la conservación de la esclavitud, mientras el norte se inclinaba hacia el comercio, la navegación, la revolución industrial, la minería de carbón y hierro y los intereses financieros, habiendo abolido la esclavitud. De un lado se encontraban los agricultores deudores, y por otro los capitalistas acreedores y banqueros. En cierta manera esto vino desde poco después de la Independencia, los sureños fueron representados por el partido demócrata que siguió los pasos de Thomas Jefferson y los del norte por los federalistas, más tarde definidos como republicanos seguidores de la estirpe de Alexander Hamilton.

Bajo ese ambiente político incierto se gestó en la mente de William Walker apoyado por algunos inversionistas del sur, la decisión de seguir el «destino manifiesto» enunciado por John O ‘Sullivan periodista de Nueva York quien estimaba que los Estados Unidos estaban destinados a conquistar y dominar el Canadá, México y los países de Centro América, la idea de invadir Nicaragua.

Se propuso  Walker hacer eso haciéndose elegir presidente del país y emprendiendo la conquista de la llamada vía del tránsito, basada en el río San Juan y el lago Cocibolca de Nicaragua y que era operada por ciudadanos norteamericanos, liderados por el millonario Cornelius Vanderbilt y otros ingleses con el beneplácito de los gobiernos de Costa Rica y Nicaragua.

Juan Rafael Mora Porras, Presidente de Costa Rica y tío de Rodolfo

Es entonces que la verdadera guerra de independencia de Costa Rica fue la del 56 a falta de una anterior porque, nos guste o no, son las guerras las que definen una nacionalidad y sin ellas somos como un adulto que haya pasado del la infancia a la adultez sin una tormentosa y necesaria adolescencia.

Dice el doctor Juan Rafael Quesada, historiador costarricense «la Campaña Nacional ha sido la experiencia histórica más significativa y trascendente en la forja de la nacionalidad costarricense. Pero al mismo tiempo esta guerra tuvo una dimensión continental, y hasta europea, pues la gesta fue vivida como un enfrentamiento entre la “América anglosajona”, normanda o teutónica, y la “América española”, la cual en el fragor del combate fue denominada “latina”; esto es, una señal colectiva de identidad que nos distingue hasta el presente». (Quesada, 2011)

Centroamérica entró a la guerra contra los filibusteros con diversos abordes e intereses, pero no cabe duda que fue Costa Rica la que lideró el proceso y que los verdaderos héroes de la campaña fueron don Juan Rafael Mora (don Juanito), su hermano Joaquín y el general José María Cañas quien, aunque de nacionalidad salvadoreña terminó casado con Guadalupe, hermana de don Juanito y de Miguel Mora Porras quien ocupó la presidencia de la república por solo 10 días ante la renuncia del doctor Castro Madriz y algunos otros.

La Postguerra y el progreso nacional
Fachada del Asilo Chapuí

Es así como la postguerra del 56 con el vergonzoso fusilamiento de los héroes nacionales, la lucha contra el cólera y los procesos de estructuración de la nacionalidad dieron lugar a obras totalmente desproporcionadas para el tamaño de la nacionalidad costarricense,  como el hospital San Juan de Dios, el asilo Chapuí y otros centros hospitalarios que surgieron en las principales poblaciones (ya que no se les puede llamar ciudades) como Cartago, Alajuela, Puntarenas,  la fundación de Liceo de Costa Rica, los primeros colegios de educación secundaria y normal como el Colegio Nacional de Señoritas  y el Instituto de Alajuela, entre otras y el esfuerzo por construir un ferrocarril interoceánico que no culminó hasta el año 1905. Todas esas obras marcaron la segunda mitad del siglo 19 y, si hubieran tenido un paralelo en la segunda mitad del siglo 20, guardando las proporciones entre una incipiente nación de menos de 70 mil habitantes y una como la actual de cuatro y pico de millones, nos hubieran catapultado al mundo desarrollado para el final del milenio.

Edificio Metálico actual

Sin duda las dos obras que más emblemáticamente marcaron la segunda mitad de la Costa Rica del siglo 19 fueron la construcción del Teatro Nacional que se inició en enero de 1891 una vez que el Decreto N° 33, reforzado por el 47 la ordenara declarándola «obra nacional»; cuando la ciudad de San José tenía no más de 20 mil habitantes y, casi simultáneamente la decisión de «importar» un edificio completo, el llamado «edificio metálico» en piezas desde Bélgica con un peso de más de mil toneladas y con los recursos navieros de la época. Al tiempo que se construían esos emblemáticos edificios se logró, gracias al doctor Carlos Durán (otro personaje que aparecerá repetidamente a lo largo de esta narración), quien siendo presidente municipal de San José gestionó le traída del edificio y al grupo de colaboradores que organizó desde la llegada del doctor desde Inglaterra, un plan para el mejoramiento de la educación y la salud pública que incluyó la fundación y operación de la escuela de enfermería, la instalación de salas de operaciones en el Hospital San Juan de Dios, la introducción de la anestesia y la antisepsia ya de uso en Londres, la construcción del hospital de insanos que posteriormente se llamó asilo Chapuí, para lo que él usó sus propios recursos, donando los primeros 5000 colones. Dirigió también los estudios de la anemia y el mal de tierra de los campesinos descalzos que diezmaba a la población y el inicio de la lucha antituberculosa que culmina con el llamado Sanatorio Durán que se instaló en las montañas de Tierra Blanca de Cartago.  Esos son signos de que la economía costarricense era boyante por el gran éxito alcanzado por las exportaciones de café y el desarrollo de una sociedad clasista pero bastante más benevolente en la repartición de la riqueza que las de los demás países centroamericanos en los cuales se dio una situación casi de esclavitud de las clases desposeídas.

Con la independencia en 1821, la definición del territorio con la anexión del partido de Nicoya y la proclamación de la nación en 1853, el creciente Estado enrumbó hacia un norte definido por la ambición absoluta de «progreso», dentro de la cual la expresión artística estuvo presente en todo momento. Es así como durante la administración de Juan Rafael Mora Porras (1849-1859) se llega a edificar el Teatro Mora, de carácter público, el cual fue concentrando la presentación de eventos artísticos dentro del ámbito urbano; este establecimiento pasa a denominarse Teatro Municipal una vez fusilado don Juanito. El teatro logró por muchos años suplir la necesidad de espectáculos del pueblo costarricense y de la sociedad de las principales ciudades de la meseta; pero poco a poco se deterioró hasta que llegó a cerrarse en 1888 cuando un terremoto terminó por destruirlo. Luego el teatro, posteriormente cine, Variedades y el que fue conocido como Teatro América que fueron también construidos en la segunda mitad del siglo 19 y vinieron a llenar el vacío dejado por el anterior.

Si nos transportamos a esa realidad de 1897 de una ciudad con la población menor que la del distrito de Pavas en la actual capital de Costa Rica y la pobreza de un pueblo marginal de nuestra época, en la que los 47 médicos registrados  en todo el país (los únicos profesionales organizados en el protomedicato, una organización a la usanza española creada con el ánimo de reglamentar y controlar quiénes y cómo se ejercía la medicina), recorrían el país por polvorientos caminos sin puentes, en volanta o a caballo, acompañados de comadronas que los asistían en los partos, repartiendo remedios y ofreciendo a la población, la mayor parte de las veces sin recibir compensación monetaria como no fueran unos chayotes o una gallina, los conocimientos adquiridos en las capitales europeas y en los Estados Unidos y en que se exportaba café utilizando los escasos tramos de ferrocarril, auxiliado por caravanas de carretas que rodaban por los embarrialados caminos; el concebir en una ciudad tal, una obra de la magnitud y pompa del teatro nacional, sería equivalente a dotar actualmente a cada una de las principales ciudades del país de estadios del tamaño del nacional o a construir sin ayuda extranjera, una carretera de cuatro carriles que una el Pacífico con el Atlántico. Tanto así que, uno de los primeros aviadores que visitó Costa Rica unos 20 años después, expresó su asombro ante el teatro y el hospital conocido como Asilo Chapuí (posiblemente los únicos edificios que merecían tal nombre) diciendo que «entendía que el asilo había sido construido para encerrar a los locos que habían levantado el teatro Nacional en una aldea de calles terrosas como San José».

Todo esto viene a cuentas porque nuestra historia comienza al unísono con el teatro Nacional en el mismo mes del mismo año de su inauguración nace nuestro personaje en el seno de una familia relativamente acomodada que, a pesar de contar ya con 9 retoños, cosa no poco corriente en la época, lo recibe con los brazos abiertos.